










Dunas de Maspalomas, 3:50 pm.
Áreas vacías.
Por esos días, el sol le daba por aparecer. Había llegado a Maspalomas, en búsqueda de unas vacaciones nudistas en uno de los lugares más liberales del mundo, donde el sexo al aire libre, el cruising y el swinger se dan lugar. Heterosexuales, bisexuales, gays … todos encuentran aquí un paraíso sexual.
Había rentado un apartamento en un hotel con un amigo, un hotel nudista del cual les hablaré más tarde. Sabía que había un porcentaje de personas hospedadas aquí que eran homosexuales y como cualquiera que llega a un territorio abiertamente gay, lo primero que hace es abrir un perfil de citas para sexo.
Entre los perfiles había una foto conocida.
Quedé quieto viendo esa foto, porque sabía que la había visto antes.
Entre al perfil, fui a su Instagram y nada. No nos seguíamos.
¿Pero, quien era?
Entonces abrí el chat y había un mensaje:. Era él, una de las personas con las que más tiempo había pasado en Skype haciéndonos pajas mutuas, de estas que hacemos por acá de vez en cuando. Él, era uno de aquellos con los que tuve una conexión casi instantánea y nos gustaba retarnos mutuamente a corrernos mientras jugábamos con la saliva. Era imposible pero estaba en ese momento, “desvirtualizando” alguien con quién había tenido contacto sexual. ¿Pero era prudente verlo? Es decir, ¿eso garantizará que tengamos conexión? ¿Que nos gustemos? ¿Si pasará lo mismo detrás de una pantalla?
El sol entonces salió. En la conversación le dije que si quería, que finalmente había buen clima, ir conmigo a la nudista. Sería su primera vez ahí, acababa de llegar de viaje y estaba asustado con la mañana nublada que tocó. Pero me dirigí a su cuarto, abrí la puerta y de forma sorprendente estaba él. Mucho más alto de lo que pensaba, pero claro, eran de esas sorpresas que se juntaban a la gran concentración de sorpresas que estaban ocurriendo ese día. Preparamos rápidamente una toalla, unas bebidas y nos fuimos a las dunas, a tomar el sol que había parecido mágicamente y hablar sobre nuestra vida.
Y hablamos, ¿de que no hablamos? Era una apuesta al aire porque no sabía si nos caeríamos bien, pero el estar desnudos hace que cualquier conversación de repente sea aceptable. Es un nivel de confianza desbloqueado de forma automática, donde uno se permite abrirse fácilmente con alguien. Hablamos de su país, del mío; de la comida de Maspalomas, de la calidad de los supermercados, de sexo, de roles, de queers, del cruising, de la bisexualidad. Hablamos de todo. Las horas pasaron y entre darnos vueltas mutuamente poniéndonos bloqueador, me cuenta que quiere explorar las dunas.
— “Mira”, le dije. “Hay un area aquí detrás donde no hay nada. No es área de cruising, pero se pueden tomar unas fotos de verga..
Además, le conté que podía servir algunas de esas fotos para el curso de fotografiar que llevo aquí a lo que aceptó. Tomamos nuestros celulares, subimos dunas, trepamos montañas, y tomamos muchas fotos al desnudo. Una tras otras, yo a él, él a mi, como si nos conociéramos de hace tiempo. En eso, le digo que quería unas fotos de mi culo, en la arena, echado, mientras el tomaba unas fotos desde atrás, a lo cual accedió.
Al bajar de la duna era notable que tenía una erección, como esas que tenía cuando poníamos la cámara y nos masturbabamos por horas. Eso bien sabía que era una verga que me gustaba, no contaba con que al tenerla en mis manos, al sujetarla, sería tan masiva y tentadora que no podía resistir la tentación de chuparla.
Entonces ahí, en medio de la nada y sin nadie alrededor, caí de rodillas en la arena. Sin dudarlo, abrí la boca y lo primero que hice fue hacer que entrara por completo en mi garganta, hasta donde pudiera entrar. Era cuestión de escupirla, saborearla, dejarla moverse por donde pudiera, mover mi lengua en su frenillo y a la vez, deslizarla por debajo del mismo. Cada vez que lo hacía, no podía evitar echarse hacia atrás en placer, mientras que cuando se inclinaba hacia adelante era la oportunidad para escupirme en la boca y lubicar esta mamada.
— Oye, quiero que me cojas.
— ¿a-aquí?, Me respondió.
Si, ahí. En medio de la nada, aunque con el riesgo que apareciera alguien en cualquier momento. Estaba en medio de las áreas vacías, alejado de los sitios de cruising. Lo cual, era un acierto y un error. El error, claro, estaba en que. O habría personas alrededor disfrutando con nosotros, pero ese es precisamente el acierto: la intimidad.
Entonces, sabiendo lo incómodo que sería hacerlo en la arena, puso una toalla en la duna. Sin pensarlo, me puse en cuatro, dispuesto a que hiciera conmigo lo que quisiera. Sabía que iba a ser difícil, pero sabía también que cuando estoy muy caliente como pasivo, me dilato rápidamente, asi cueste al principio. Así fue. Una comida de culo rápida, esperando lubricarme y la ha puesto en toda la entrada, amagando poder meterla, jugando con lo que podría ser una cogida única, solo por donde lo estábamos haciendo. Sentí en la primera embestida que sería difícil que entrara, y así lo notó él: fuertemente me sujeto con sus manos cada lado de mi culo, y templando los pulgares, pudo abrirse camino dentro de mi. Me dijo que avisara si quería detenerse, pero respiré profundamente sabiendo que era lo que menos quería: que la quería toda, ahí, en el momento.
Centímetro a centímetro, fue entrando, rápidamente, sin resistencia. Hasta yo me asombré con la velocidad con la que dilaté y de como se iba abriendo paso mientras el placer de tenerlo dentro hacía que en mi propia verga, el orgasmo se empezara a fabricar.
— Yo se como te gusta. No se si deba.
— Mira alrededor, ¿no crees que deberías? Le respondí.
Porque, ¿que más libertad que la libertad de poder coger en medio la nada, entre las dunas, sin nadie, sino oyendo el sonido del mar y del viento. Solamente mis gemidos y el golpeteo de sus testiculos contra mi, eran lo que estaban presentes. Luego, la saliva corriendo desde su boca directamente a mi culo, lubricando lo casi imposible, lo que apenas iba a entrar y ya estaba dentro.
Solo se apresuró a aumentar la velocidad, sabía que me encantaba ser pasivo. Le contaba en la playa, que cuando yo era pasivo, era en extremo pasivo: mi cuerpo literalmente se vuelve una extensión de mi momento anal. No me interesa siquiera masturbarme, o tocarme, me interesa que la otra persona me pueda romper el culo como es debido, meterla hasta donde pueda entrar, apretarlo de vez en cuando para que sepa que quiero tenerlo dentro, sujetarlo para que esté lo más abierto posible. Como pasivo, me gusta hacer sentir al otro que está en un lugar seguro, bajo control y que puede usar el culo a su antojo.
Ahí se dio cuenta de que mis palabras eran puestas en práctica. Solo podía pensar en acelerar el ritmo, a medida que sentía que ya no había más que meter. Ya toda la verga estaba dentro, en cuestión de pocos minutos y que había libertad en el momento. Tomó el móvil, me pregunto si quería un video y le dije que si. Lo cual es extraño, no soy de grabarme teniendo sexo, pero la confianza brutal que desarrollamos en tan poco período fue suficiente. Hicimos fotos, jugamos, me decía cosas que no sabía que me podían prender tanto, mientras me sujetaba con las manos mi cadera, ya que caímos en cuenta muy pronto que debido a su altura y tamaño, no era fácil coger entre los dos. Aceleraba entonces más y más, y sentía como su verga, ya acostumbrada por completo a mi, se contraía sin detenerse en un momento.
Entonces recordé lo que también me dijo en la playa, que como activo, le distaba dejarse ir. Que si se corría, no le gustaba detenerse a respirar mientras su semen salía del cuerpo, sino que continuaba como quien llega a la meta y sigue corriendo. Y lo vi en práctica cuando sus manos me sujetaban más fuerte la cadera. Era tan potente esa sensación de saber que estaba llegando al clímax, que sentía también como mi cuerpo y mi verga se contraían. Mientras estaba en la toalla, flotando casi entre la arena que se volvía un colchón cómodo para ser clavado con embestidas fuertes, solo podía sentir placer al punto que empecé a correrme sin tocarme y él, de forma inmediata, a darme leche como me lo había prometido un día. Era al unísono, casi que reacción continua, sentir su leche dentro mientras mi verga rebotaba entre mi estómago y las piernas, esparciendo leche por doquier. Él no paraba, ni paró, mientras lo hacía, continuamente seguía dándome verga, esperando a que empezara a chorrear fuera para sacarla.
Nos dimos media vuelta, y no, aún no había nadie. Tal vez hubo alguien, tal vez se masturbó y jamás lo supimos. Ahí, los únicos éramos los dos, y el sol que de nuevo, desaparecía en otro día más de aquellos que se dio por aparecer.