


Timisoara, Rumanía.
"Entonces, ¿estás buscando un nuevo sitio?", me escribió. Yo acababa de llegar a esa ciudad, buscando un apartamento donde vivir y compartir. Había contactado con este chico, por una plataforma donde los viajeros se pueden hospedar en casas de anfitriones alrededor del mundo, compartir experiencias y dar consejos útiles para sus huéspedes interesados. Yo quería quedarme una semana en su casa, cosa que es difícil, pero necesitaba hacerlo para encontrar un cuarto donde vivir, cansado de vagar por Rumanía. Todo parecía en orden una vez me aceptó.
Él, que me lo había recomendado alguien en común, es un chico calmado, tímido y muy inteligente. Parecería que esa semana nos íbamos a llevar bien y como conocía el área, iba a ayudarme a buscar una habitación. Le comenté que era ordenado, me gustaba la limpieza cosa que él vio con buenos ojos y fue el acepto para aceptarme un rato largo en su casa.
Fue en la segunda mañana, cuando después de tomar el desayuno, se sentó al frente y me explicó algo. "Dan, soy nudista". Estaba algo estresado porque estaba en su casa, quería vivir como normalmente vive pero tenerme de invitado hacía que todo fuera más difícil. Pero entendí inmediatamente lo que pretendía.
"¿Podrías vivir con eso?". Me quedé pensando en la pregunta: por una parte, era su casa, pero por otra, siempre había querido convivir con un nudista, unos días. Es que, no voy a negarlo, lo soy: me desnudo desde que tengo uso de razón. Una vez llegaba a mi cuarto, me desnudaba y me ponía a jugar o a ver televisión. A medida que crecía, mi habitación era mi refugio y mi cuartel para estar en bolas. Si bien ya de adulto había ido a playas nudistas, nunca había convivido con uno.
Le dije que no había problema.
Los días fueron pasando y la convivencia no podía mejorar más. Apenas entrábamos al apartamento, toda la ropa se quedaba en el perchero y pasábamos a cocinar alguna pizza, tomar cerveza y ver televisión. Me despertaba y podía verlo desnudo, andando por la casa, con un café en la mano listo para trabajar. Rápidamente, acordamos las reglas: si por algún motivo teníamos una erección o queríamos ver porno, podíamos hacerlo, ya que era parte de la naturaleza, pero debíamos avisar al otro para la aprobación. Ambos acordamos que era lo mejor que podíamos hacer. Yo, que era aún muchísimo más exhibicionista, no demoraba en hacerme una paja mientras él estaba en la cocina, o veía porno habitualmente mientras me tomaba una cerveza.
Pasaban los días y la semana que originalmente habíamos acordado, estaba desvaneciéndose. Justamente una noche, una de esas noches donde nada podía pasar, aparece alguien en un videochat con el cual empecé a tener una conversación donde poco a poco, la intención de masturbarnos por cámara crecía. Le explicaba que por más que quería, mi compañero de piso era muy tímido y que no sabía si ya estaba cruzando el límite.
"Pregúntale", me comentó.
Al ver que aceptó, sin problema alguno, puse mi cámara. Bajé la pantalla, para que se enfocara mi verga mientras al otro lado de la pantalla, este sujeto se masturbaba en lo que parecía un C2C común y corriente. No fue sino hasta un par de minutos después, que comencé a pensar que no éramos los dos únicos involucrados. Giro mi cabeza hacia su escritorio y sin decirnos ninguna palabra, comprendí que quería unirse. Su verga estaba dura como una roca y goteaba precum como si hubiera abierto alguna manguera, solamente excitado con el hecho de ver a su compañero de piso masturbarse para otra persona, en un show privado del que quería participar. Ni siquiera pensamos en el desastre que estábamos creando en el suelo, él con el precum y yo con la saliva, desastre que en algún punto teníamos que limpiar.
Fue entonces cuando veo la pantalla y el tercer sujeto, que se había dado cuenta lo que pasaba, escribió que lo invitara. "Hazlo", puso en el chat. Ya se había dado cuenta de lo que sucedía, que mi compañero se estaba masturbando viéndome y que la tensión no podía más. Bajé la cabeza en señal de invitación y él se acercó a mi, decidido a unirse.
Tomó el computador, lo giró hacia él. Mirando a la pantalla como si lo retase, como marcando su territorio, tomó con sus manos mi verga y como un profesional, se la llevó hasta lo más profundo de su garganta. Era la primera vez que me la chupaba, de hecho, era algo que ni sabía que le gustaba hacer ya que era bastante reservado y tímido, pero supongo que esas cervezas hicieron que se olvidara un tanto de quién era. O bueno, tal vez, afloraron su verdadero ser. Era como sí el hecho que lo estaban viendo disparaba la adrenalina que no había sentido en muchísimos meses. Yo solamente giraba la cabeza para ver al chico al otro lado de la pantalla, dejando caer pesados chorros de saliva y acomodando su pantalla, como si se hubiera ganado la lotería.
¿Realmente yo era el exhibicionista? Mientras él aceleraba, al otro lado de la pantalla no sabía como ponerse. ¿Había en serio hecho que un compañero de piso le esté chupando la verga por primera vez a su amigo? Solo podía ver como subía y bajaba, mientras que alrededor, las botellas vacías de cerveza enmarcaban la escena. No fue sino cuestión de tiempo para que me corriera en su garganta, él terminara de correrse a chorros en mi cara y que el otro sujeto estuviera cubierto de su propia leche, hasta la frente, feliz como si se hubiera ganado la lotería.
...
"¿Sigues buscando donde vivir?", me preguntó al día siguiente.
Ya saben la respuesta, una respuesta de tres meses de duración.