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Málaga, 5:40 pm. Playa Nudista de Guadalmar. Era un día com..

Málaga, 5:40 pm.
Playa Nudista de Guadalmar.

Era un día como cualquier otro día de un fin de semana. Había quedado con un amigo en ir a la playa nudista, siendo para él la primera experiencia en una. “No te preocupes, es de desenfado todo. Uno va, suelta todo y se echa al sol”, le decía. Para muchos de nosotros, ir por primera vez a una playa nudista puede ser una experiencia difícil, ya que, el nudismo como tal, no es algo que esté aceptado normalmente. En otros lados, por ejemplo, acá, la cosa es distinta: me sorprende lo fácil y natural que es ir, e incluso, encontrarse amigos tomando el sol en bolas.

Pero resulta que algunas playas nudistas se transforman al caer el sol. Algunos no toman la decisión de empacar todo e irse a sus casas, sino que rebuscan entre los bajos arbustos cercanos a otros que quieren tener un poco más de diversión. Otros lo saben: llegan en sus carros, después de trabajar, lo dejan a un costado y se unen a la fiesta. Pareciera algo incoherente, que los de la playa y los de afuera buscaran encontrarse los unos a los otros, pero es muy común. Más de lo que parece. Lo vi en Maspalomas hace unos dos años cuando en su playa nudista y sus dunas tuve la oportunidad de chupar y hacer correr a once tipos. Once. Así de masivo es. Y no son once que todos fueron a la playa, no; varios de ellos, los del final del día, de hecho habían dejado su carro o estaban corriendo haciendo ejercicio pero dejando abierta la posibilidad para que alguien llegara y se arrodillara para un rápido: y ese alguien, era yo. Entendible cuando después de trotar o de trabajar, sales con los guevos cargados y tienes media hora para descargar antes de llegar a casa. Quieres algo excitante y algo a tope.

“Está cayendo el sol, ¿no?”, me dice R*, mientras vemos al mar ponerse cada vez más indigo y a más personas alrededor empacando. Carpas, juguetes, sillas, todo lo que pudiese ser estorbo se va yendo para escapar al frio que puede darse a estas alturas del año. Pero teníamos tiempo antes que pasara el próximo bus y le comenté sobre el área de cruising de la playa: un sector donde las pisadas aleatorias de cientos de extraños han transformado el paisaje y han hecho un laberinto de sexo con la naturaleza. El sexo ha modificado por completo todo este lugar. Es que, Guadalmar, es el área de cruising de Málaga por excelencia y por experiencia puedo decir que es una de las más concurridas que he ido en mi vida. Es más, en Guadalmar ha sido la única vez que he tenido sexo anal haciendo cruising. Fue hace unos meses, de hecho, con uno de los chicos de este OnlyFans, que me llevó en su carro a mostrarme la playa y el cruising a esas horas de la noche y terminamos cuatro dándonos verga, ayudándonos mutuamente, para hacer correr al otro. Era raro en mi, no suelo tener sexo anal en el cruising -por incomodidad y también por riesgo- pero esa vez en Guadalmar la adrenalina pudo más y terminé bajándome los pantalones para dejar que el otro, el anfitrión, me cogiera frente a sus dos amigos.

Esta vez, yo era el anfitrión.

Empezamos a recorrer los laberintos de arbustos alejándonos de los bañistas y vemos como las personas alrededor estaban dando vueltas sin rumbo. Típico del cruising: estar quieto, caminar en círculos, intercambiar miradas y quedar pendiente de algo. Mi amigo estaba más emocionado que yo, quien solamente quería hacerlo sentir parte de la experiencia de cruising en esta ciudad. Reconocí en en el lugar a varios, unos que había visto en bares, otros en aplicaciones y hasta dos que venían en el bus con nosotros. Es una ciudad pequeña pero aún así con mucho que ofrecer, especialmente teniendo a Torremolinos, la meca gay de España, al lado.

Mientras caminábamos por los laberintos, apartando los condones y las servilletas usadas del suelo (sí, este es un gran problema), terminé sin querer topándome frente a frente con el chico del bus. Guapo, una mirada penetrante y podía intuir sobre su pantalón, que tenía la verga a tope y que evidentemente quería descargar. En ese entonces, mi amigo se había ido solo a explorar el lugar como buen invitado, para saber qué podía conseguir. “¿Quieres?”, me dice al oido mientras se toca la erección que le reventaba en el jean. Sin modular palabra, solo asiento y empiezo a caminar a alguno de los claros de los arbustos, donde es más fácil tener un encuentro. Dentro de estos laberintos, debajo de los árboles, hay pequeños huecos donde uno puede dejar sus cosas y ahí cómodamente arrodillarse y chupar.

Pero esta vez era distinta, todo parecía diferente. El chico -que yo intuía, quería que se la chupara a tope- se arrodilló sin más y me la sacó de la pantalonera. En un segundo. La escupió con todas las fuerzas y se la atravesó hasta la garganta de un solo tope. Una puta fantasía. Los guevos no paraban de escurrir saliva y estaba fuertemente concentrado en llegar hasta el tope de mi verga para no dejarme soltar. Parecía que esta vez, todo sería una buena mamada, una vaciada de leche y salir a casa para descansar. Pero todo cambió cuando volteó y veo al lado a mi amigo, quien ya para ese entonces estaba masturbándose con la escena. R* tiene una verga muy gruesa, debo decir. Es pesada, y aunque no es venosa, se siente cuando le palpita la sangre una vez la tuve en mis manos. Ni corto, ni perezoso, levanta la cintura del invitado y de rodillas empieza a comerle el culo sin preguntarle. Era notable, aunque la luz ya estaba baja, que era uno de esos culos que me gustaría cogerme, aunque la incomodidad del sitio me la iba a bajar seguramente. Pero ahí estaba R*, preparándome a lengua y escupidas un culito para simplemente verme gozar.

“No, no soy pasivo”, dice el invitado. Los tres quedamos en una pieza, cuando nos paramos y estábamos pajéandonos como colegueo después del rimming. Uno de ellos quería coger, el otro no le gustaba recibir y entre los tres, él que podía salvar la situación era … yo. Lo pensé. Mucho. No, no me gusta la comodidad, no era el capó del carro de mi amigo donde fácilmente levantó mi pierna y me puso sin medida a golpearme con los guevos hasta el fondo, a metros de donde estaba ahora. Era un sitio destapado, con arbustos y solo un tronco donde apoyarme. Pero estaba limpio, estoy en prep y no vi el problema de dejarme llevar.

Tomé un respiro y les dije que sí. “¿Seguro?”, me dice R*. Muy seguro. Yo sabía que R estaba limpio y el otro invitado cargaba un condón. Yo estaba extremadamente caliente luego de la mamada a tope que me habían pegado. No quedaba de otra. Me apoyé en el arbusto, me bajé los pantalones, sentí el frio del lubricante que uno de los dos había traído y solamente fue la tensión de mi camiseta siento usada como arnés improvisado para poderme romper el culo. Costaba entrar, pero era más las ganas que otra cosa, era la adrenalina de ambos teniendo un culo listo para poder cogerse y rotarse entre sí. Entró al final, casi que rompíendome la camiseta, más no sin el afán de entrar centímetro a centímetro dentro mio, llegando hasta los guevos. Era R. Aunque no voltee mi cara, sabía que era él cuando empezó a gemir. Sabía que era él cuando tomé su verga y me di cuenta del grosor de la misma. Hacía unas horas estábamos tomando el sol y él estaba avergonzado y ahora estaba rompiéndome el culo. Una y otra y otra vez, en embestida. El otro, al lado, pajéandose y dándole apoyo para que me deje como quería dejarme.

“Anda, dale duro”, le decía. “Ábrelo colega, llénalo todo”. Sabían que querían ponerme a tope y no solo eso, llenarme el culo de leche. Cada una de esas frases, solo lo ponían más y más cerdo. Es que estaba cogiéndose a su amigo, al aire libre, con el permiso que tenía y después de toda la tarde viendo vergas. Yo gemía sin poder ahogar mis gemidos con nada, llamando la atención de los que estaban alrededor que sabían que estaban teniendo sexo explícito a metros de distancia. Yo solamente sentía el sudor cayendo de su frente a mi espalda hasta que entre sus cogidas noté que frenó en seco, exhalando un gemido. Sentí como de inmediato, chorro tras chorro de leche entraba en mi culo, mientras que buscaba no sacarme la verga aún, para solamente saber cuánto podía aguantar.

No había empezado a caer la primera gota al suelo cuando se acerca el otro chico, el del bus. Él de ahi no se iba sin hacer exactamente lo mismo. Sus pantalones terminaron de caer a sus tobillos y teniendo la tarea hecha, usó la leche de mi amigo como lubricante extra y poder darme por el culo. Su verga estaba en segundos empapada en leche que solamente se derrababa en mis bermudas y mi ropa interior a chorros. Él estaba en el paraíso, le habían dejado un culo abierto para su deleite y mi amigo estaba ahi para sostenerle y dejar que me cogiera como era debido. Pero en ese punto era incontrolable la situación, para él y para mí: él, porque estaba reventándome el culo, caliente, lleno de leche, sudando por el calor del verano, sintiendo como sus guevos se empapaban a medida que me la enterraba; yo, porque estaba muy arrecho ante la situación de tener dos sujetos cogiéndome a la vista de todos. Los dos, sin planearlo, no aguantamos más. Yo, sin tocarme, disparé tres chorros de leche al aire apenas sentí como el otro chico no pudo contenerse y hacer lo mismo dentro de mí. Dos. Dos deslechadas sin planear, dentro mio.

Me despedí con un beso rápido y me subí la ropa interior. No podía creer lo que había pasado pero a la vez, disfruté mucho como se dieron las cosas. Ya para esa hora, el sol se había ido y en quince minutos pasaba el bus. Mientras estaba en el paradero, era apenas de notar que sentía como la leche se escurría por mis piernas, no teniendo opción mas que tenerla entre mi piel y la tela de las bermudas.

“Parece que no pudo contenerse, ¿no?”, me dice R*, con una risa malévola viéndome que finalmente tuve sexo en el cruising mientras yo, ya casi con loa vergüenza entera, solamente trataba de tener los dos chorros de leche que me habían dado dentro de mi.

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