












Alameda de Marbella, 4:00 pm
Existe un cierto morbo que me nace cuando voy a alguna ciudad y veo un baño público en medio de un parque, sin vigilancia, sin registro, sin nada. Una completa democratización del espacio público, llegando a ser una cueva para nosotros quienes nos apoderamos de esos espacios. Recorriendo la Alameda, un pequeño jardín de la ciudad, me di cuenta que había un baño publico. ¿Será posible que fuera un sitio de crusing? Por experiencia sabía que sí. En eso, me fui a orinar.
Llevaba muchas ganas cargadas y quería aguantar un rato, para ir precisamente a uno de estos baños públicos y ahí, con calma, sacarme la verga y exhibirla. Porque sí, soy exhibicionista: me gusta mostrarla, desde siempre, desde que tengo memoria. En los baños públicos, claro, no es la excepción. Sabía lo que estaba haciendo: sabía que irme a orinar ahí, en ese sitio, por largo rato, era indicativo para que los manes que buscaban cruising esperando afuera, vieran que yo no iba solamente a eso.
Pasó un minuto. Había acabado de orinar.
Seguí ahí, de pie.
Dos.
Tres.
En eso entran dos tipos. Uno alto, sin barba, de sudadera roja, que se hace detrás mío. Al lado, uno de barba, maduro, con un abrigo blanco. Despacio, se saca la verga y se dispone a mear, sin hacerlo. Solamente es la mímica, la que hace que se asegure que yo estoy ahí porque necesitaba estar o porque realmente quería aventurarme. Y es precisamente ese gesto de agorarse la verga, sobarla lentamente, hacia adelante y atrás, la invitación pertinente para que yo me decidiera a acceder a tocársela y dejar de lado la actuación que ya no tenía sentido que sucediera: porque aunque la puerta estaba abierta, al ser un baño público no había nadie que vigilara.
Es inevitable que en ese punto, hoy estuviera duro como una piedra. También, que traspasara los límites de lo socialmente aceptado y me cruzara a su urinal a agarrársela y masajearle la verga, poco a poco, para que supiera que era lo que yo quería hacer. Es ahí cuando noto, que cada uno de ellos se separa y se va a uno de los cubículos donde están los inodoros, como apropiándose de ellos tal cual como si fuera sus dueños. Yo, desde afuera, tenía la opción de elegir a cual meterme y entrar para simplemente deslecharme, porque eras evidente que de ese baño no salía sin dejar el suelo completamente inundado. Elegí claro, al que se había arriesgado a estar al lado mío. No tenía nada que perder.
Sin mediar palabra, cada uno se saca la verga delante del otro. No fue sino sacarla del pantalón, para ver que un chorro de precum salió disparado desde sus bóxer, con un olor fuerte a sudor con ganas de hacer lo mismo que yo estaba haciendo. Bajándome rápidamente el pantalón, me hice hacia atrás de la pared del baño para dejarle ver todo lo que había causado: era evidente que había una diferencia de edad, de unos diez años y que él se sentía particularmente excitado por verme exponiéndole mi erección sin más.
- "Qué buena pija chaval", me responde.
En silencio, le contesto. Asiento la cabeza indicándole hacia dónde tenía que ir. Porque ahí, no quedaba más opción que dispusiera su garganta para que me culeara su boca sin perdón. Sin dudarlo, se puso de rodillas y empezó a atragantarse con mi verga, a golpes de succión, como si hacía mucho tiempo no lo hacía con alguien. Se notaba que había experiencia, pero también, hambre. Morbo, de saber qué había aceptado darle leche en esas cuatro paredes cargadas de graffitis y obscenidades de otros hombres que decidieron marcar su territorio.
Después de chuparla, mientras sus ojos empezaban a lagrimear, me ha dicho algo que no me habían dicho nunca en el cruising. Era la primera vez que alguien me decía que me quería "enseñar". Aprovechándose de su altura, me toma por detrás y simplemente me dice al oido que me relaje. Toma mi verga y empieza a masturbarme con su mano, mientras con la otra, me aprieta el pecho, como si no quisiera dejarme ir. Era raro, porque es algo que me gusta hacer con aquellos que me dan la confianza suficiente para hacerlo, con gente que me encanta y me despierta sinfín de morbos; pero jamás, me lo habían dicho en un cruising, de primeras, con un tono algo paternal.
- "¿Te gusta chaval?", me decía mientras sentía su enorme verga rozándome el culo.
Yo solo podía asentar la cabeza. Era apenas para que me tomara por los hombros y como si fuese su juguete, me bajara a chuparle su verga que a duras penas podía cerrar con mi mano. Orgulloso, tal vez, con desenfado, me toma la cabeza para asegurarse que tome cada centímetro de ella, mientras yo lucho para no ahogarme con el tamaño y grosor de lo que tenía en las manos. De reojo, solo podía ver que al lado estaba el otro chico de rojo, masturbándose, oyendo mis gemidos mientras escupía y succionaba la verga de su compañero.
En eso, mirándome fuertemente a los ojos y sabiendo que no podía aguantar más, solamente me hace subir para acabar con todo de una buena vez. Porque suficiente había aguantado con no correrse en mi boca o mientras me rozaba, pero sentía que no había paso atrás. Yo menos, después de haber incitado todo, desde que entré al baño, no podía negar que estaba a segundos de reventar en leche y dejar el sitio totalmente destruido. Lo tomé fuertemente del cuello, pegando frente a frente mientras resbalaba el sudor, haciendo alusión a lo que sucedía más abajo teniendo nuestras vergas frente a frente, que con el solo rozar una con la otra parecía que no pudiera detener lo que venía: uno, tres, seis chorros de leche, espesa, caliente, resultado de gemidos, salieron disparados de los dos, casi al mismo tiempo. Quedamos ambos completamente exhaustos, sacudiendonos las vergas mientras nos mirábamos con lujuria.
No quedaba nada más que hacer en el sitio.
El salía, guardándose su pedazo de carne dentro de su bóxer, haciéndome entender el porqué tenia su olor tan fuerte y particular. Yo, apenas vistíendome para salir, abro la puerta y solo puedo ver al otro sujeto, de sudadera roja, esperando.
Esperando para entrar.