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Jardines de la Puerta Oscura, Málaga 5:30 pm. Hay un lugar ..

Jardines de la Puerta Oscura, Málaga
5:30 pm.

Hay un lugar en Málaga que tiene un nombre tan misterioso como lo que sucede ahí. Hay un sitio donde las familias pasan y caminan durante el día sin saber que cuando cae la noche, los padres se quedan un rato más a merodear entre los arbustos de este laberíntico jardín. Llevo unos meses en Málaga, explorando poco a poco la ciudad en lo que claro, la pandemia me deje hacer pero visitar los Jardines de la Puerta Oscura era sin duda un sitio con el que debía comenzar.

Una tarde después de tomarme un café estaba aburrido y la verdad, estaba muy caliente, producto de varios días sin poderme masturbar, que ya sabes cómo me gusta hacerlo. No sé que fue lo que pasó por mi cabeza, pero recordé que los jardines estaban a dos cuadras de distancia. ¿Valdría la pena? Pensé. Hace frío, no es que los manes de la ciudad salgan a hacer cruising en invierno. Pero, si yo ando con ganas de chupar y tragar leche, ¿qué me hace pensar que no hay alguien que quiera dármela?

Te confieso que aun después de tantos viajes, me da algo de nervios ir a cruising a un sitio por primera vez. En Timisoara, en Rumania, tuve una encerrona casi agresiva en un baño donde no sabía si me iban a robar o a darme leche entre cuatro. Ni lo uno, ni lo otro: preferí dejar de lado el sitio y salir rápidamente.

Los jardines son otro cuento. Para empezar, es un sitio de goce entre heterosexuales y homosexuales, que a eso de las cinco o seis de la tarde ya están vagando por el sitio, como si se les hubiera perdido algo. Hay unos bancos adosados a una hermosa pared repleta de buganvillas, que es donde los curiosos se sientan a abrir las piernas y ver quién de los que pasan al frente se atreven a bajar la mirada. Unos, sudados después de una carrera, aun con el lacra marcando su verga deseosa de explorar. Otros, heterosexuales quienes no tienen pena en agarrarse el paquete con la mano donde está el anillo que los delata. Pero aún así, entre ellos hay curiosos que están ahí, mirando si pasa algo o si toma una foto al atardecer.

En uno de esos bancos había un chico. Abierto de piernas, agarrándose el paquete, mirándome fijamente mientras bajaba la velocidad al pasar frente a él. Tu sabes cuando te gusta alguien en el cruising es porque no necesitas palabras, sino miradas. Cuando sabes que en minutos puedes estar pasando un rato de aventura, sin ambos están de acuerdo. ¿Y como hacerlo? Simple, aprender lenguaje corporal: sostén la mirada y si te gusta, solamente has un pequeño movimiento en la cabeza, como invitando a seguir. Acto seguido, si puedes, siéntate o deténte: si el otro la agarró, irá a hacia tí.

- Hola, ¿tienes sitio?, me preguntó sentándose a mi lado en una de las bancas.
- No la verdad. Vine a ... explorar.
- Vale tío, es que tengo ... tengo ganas de tu sabe', una mamaíta pero es que nadie.

Yo miraba alrededor. Aún era de día, no es que el parque estuviera lleno, pero los rincones más ocultos del parque a esa hora aún estaban muy expuestos. En eso, él me insinúa que bajemos al muelle, que conoce un baño del sótano del parqueo que se la pasa vacío la mayor parte del tiempo. Yo, sin bacilar, accedí a caminar un rato. Esto ya de por si es extraño: dos sujetos anónimos, que ni se saben el nombre caminando por la ciudad como si fueran de compras.

- Te diré algo. Si cualquier cosa ves que me separo de ti, es porque vi a alguien conocido, ¿vale?

Heterosexual y de closet. Fue inmediato. En esa caminata, de la cual nos mamamos un semáforo de casi dos minutos, me confesó que tenía novia y que vivía a las afueras de Málaga. Sin embargo, que un día, en una fiesta borracho, un amigo se la había chupado en el baño y no podía creer lo bien que lo hacía.

- Tío, joder es que lo hacen mejor que las chicas, ¿me entiendes?, refiriéndose a los homosexuales.

No tenía intenciones de cogerme, ni de cogerse a alguien más. Era un curioso que descubrió que una mamada hecha por un colega, era más potente que las muchas que había tenido con otras chicas. Y que estaba determinado a no irse a casa hasta que yo no le sacara leche. Mientras recorríamos el sótano, me hacía preguntas tímidamente. Que si me gustaba chuparla, que si podía chuparle los guevos, que si le gustaba el olor a macho. Todo mientras confesaba que mientras más le respondía, un goteo de precum caía desde su boxer a su pierna.

Para mala noticia, el baño estaba clausurado pero la noche había llegado. Nos miramos a los ojos en el muelle y los dos sabíamos que no había otra cosa más que hacer que volver a los jardines de la Puerta Oscura si quería deslecharse, así como yo, si quería tener una buena ración. Confieso que hay un morbo muy latente en tener cosas con heterosexuales, es algo común en el cruising y es por eso que es tan difícil tomar fotografías y hacer contenido de este tipo, porque son personas casadas o con novias que no tienen el más mínimo interés en ser descubiertos.

Pero somos hombres, y si hay algo que rompe esa barrera, es la adulación.

Por eso mismo, al volver a los jardines, fuimos directamente a la muralla del viejo palacio musulmán, que tiene un foso de unos ocho metros, perfecto para estar en el paredón a escondidas, aunque arriba de nosotros, aún pasaran personas y algunos turistas. En eso, se ha metido la mano en el boxer y ha tomado con sus dedos algo del precum que le escurría como un grifo abierto. Tengo un fetiche por el precum, pero esto era ya demencial: era como si corriera agua por los dedos, en una cantidad bestial que hizo que mi verga se saliera por el primer espacio disponible. Por eso, no dudó en meterme los dedos a la boca de inmediato.

"A lo que vinimos, que te quiero dar leche", me dice mientras me pongo de rodillas. De inmediato pude ver que efectivamente había corrido por la playa y que estaba cansado de un día de ejercicio. El sudor de sus boxer -ya mezclado con el precum- eran la gasolina que necesitaba para que me permitiera hacer lo que quería hacer. Pero en el cruising existe una batalla que quienes los practicamos, debemos lidiar: el ruido. Ese balance entre gemir lo suficiente y no llamar la atención. ¿Queremos que las personas que estaban a ocho metros arriba, tomando fotos, bajaran la cabeza y vieran a dos hombres teniendo sexo oral? ¿Podría alguien bajar y sentirse invitado? Porque pasa, me ha pasado muchas veces y he terminado en un festín de leche que algún día les contaré.

Pero en ese momento yo solo estaba concentrado en darle la mejor mamada. Que así no fuera cierta la impresión que tenía desde la fiesta con su amigo, que los hombres lo hacemos mejor, quería que al menos se creyera esa mentira y que yo, me iba a asegurar de hacerla verdad. Porque no hay mejor mamada que aquella hecha a alguien escéptico, porque de nuevo, somos hombres, ¿o no nos alimenta el ego cuando alguien nos dice que lo haces mejor que ningún otro? es un reto, somos competitivos y no importa si eres gay o heterosexual. Siempre vamos a alimentarnos el ego.

Es por eso que una, dos, cinco, diez veces me tragaba entera su verga. La llevaba hasta la garganta, haciendo que mi saliva escurriera por mi barba mientras mis ojos se ponían a lagrimear. Él no paraba de sujetarme la cabeza con los dos brazos, mientras se recostaba contra la muralla esperando el momento para acabar. Porque le gustaba sentir que su verga era lo suficientemente grande para hacer asfixiar al otro, en ese comportamiento primitivo de tenerla más grande, de ser el macho alfa. Y que mejor que un heterosexual, con ganas de competir para eso.

No fue sino una bomba de tiempo cuando, ya viendo que su verga pasaba entera hasta mi garganta con una facilidad que se le notaba que no había probado antes, que susurra muy despacio las palabras que esperaba oír, mientras yo, con mi otra mano, me masturbaba con la saliva que escurría directamente de mi barba. Chorro tras chorro de leche, en una cantidad abrumadora, me fueron llenando la garganta, al punto que no cabía más en mi boca. La abundante cantidad no tardó en caer en chorros directamente a mi verga que con la primera gota que la tocó, fue suficiente para hacerme correr.

Camiseta, pantalones, zapatos: todo. Absolutamente toda mi ropa ahora estaba llena de leche de algún extraño de la ciudad. Pero no me importaba, al final, no me importa el qué me iban a decir camino a casa. No es asunto de nadie.

Al salir de la muralla, vemos a dos sujetos yendo en la dirección a donde estábamos.

- ¿Tu crees que se iban a unir?, preguntó.

Lo miré y con un gesto con mi cabeza, como aquél gesto del comienzo, le hice entender que no sabía.

Nos despedimos sin palabras.
Él tomo camino a visitar a su novia.
Yo, tomé camino para irme a dormir.

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