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Benidorm, 5:10 pm. Playa nudista del Recó del Conil. El sol..

Benidorm, 5:10 pm.
Playa nudista del Recó del Conil.

El sol apenas se podía esconder en el cielo: era noviembre, y el frío ya empezaba a sentirse en las playas de Benidorm, uno de los balnearios más famosos de España. Era el día apenas perfecto para ir a una playa nudista, ya que después, quién sabe si podría ir. Yo soy nudista empedernido, desde siempre. Recuerdo que de niño me picaba andar con ropa. Nunca me gustó dormir con pijama. Entonces, cuando empecé a viajar y a descubrir las playas nudistas, empecé a encontrar casi que el lugar perfecto para mi.

La de Benidorm no es menos famosa que el resto de España, pero tiene su carácter especial: tiene una de las zonas de cruising más extensas de Europa, tanto, que se necesita un carro para recorrerla. Pero claro, yo, caminante a morir, decidí ir a pie. Me tomé un vino, alisté un sandwich y salí a la montaña, listo para llegar a la cala del Recó del Conil, que literalmente significa "andar en bolas".

Siguiendo los pasos del mapa, y ya alejado de la ciudad, empecé a bajar la montaña una vez se ve el horizonte del mar. Es un camino escarpado, solitario, con vistas extraordinarias al paraíso nudista. "Un buen sitio para venir al atardecer y capaz hacerme una paja", pensé. Ya, si han visto, saben que soy de los que cuando salgo a caminar y estoy solo, aprovecho para marcar territorio. Un fetiche quizá.

Pues bien, un letrero avisa que estás en territorio nudista. En eso, aprovecho y extiendo mi toalla sobre la roca desnuda de la playa que es más, una tarima natural para los que quieren estar ahí y exhibirse ante los curiosos. No miento, yo era uno de esos. Podía ver a lo lejos a tres señores morboseando a los que estábamos en la piedra estirados, que éramos tres, mientras se tocaban sutilmente como queriendo invitarnos a bajar y seguir.

Al lado mio había un chico. Delgado, guapo, con una verga muy linda debo admitir. Me miró fijamente y mantuvo su mirada durante mucho tiempo. La esquivábamos. Yo hacía que estaba ahí "por el calor"; él, que estaba para aprovechar el fin de semana. Pero siempre, en cada excusa de voltearnos, nos mirábamos de reojo. Entre mirada y mirada era obvio lo que pasaba. Tanto él, como yo ya estábamos con una erección enorme, de esas que podía ver a tan sólo dos metros de distancia cómo escurría precum en su pierna. Trataba de ocultarlo, especialmente de los morbosos de abajo, pero era imposible. Solamente podía verlo tomar sus dedos, tocarlo, y llevárselos a la boca para lamerlos mientras me miraba.

Ya en este punto era evidente que la provocación en el silencio era máxima. Y es que, en el cruising hay un lenguaje universal: el silencio. Es pura química, de dos hombres que sin expresar o decir algo, solamente se dejan llevar por el impulso sexual. Es por eso que aun si no hablas el idioma, puedes arrastrarte por esa química, al nivel que descifras con el lenguaje corporal los fetiches del otro.

En eso, ya viendo que el sol se iba, él se levantó. Me hizo un gesto con la cabeza, de invitarme a ir "más allá", correspondido con un acepto de mi parte, bajándola, cerrando los ojos.

Sin decir palabras el trato estaba hecho.

— "Hola, me llamo Dan."
— "Y yo Mateo, mucho gusto. Te puedo preguntar algo? ¿Tu estabas en el supermercado ayer a eso de las 8:00 pm? Es que tu gorra rosada..."

Quedé helado. Sí, si era yo. Si estaba comprando el vino y el sandwich de ese día. Y reconocí inmediatamente su argolla en la oreja: habíamos cruzado miradas pero con los tapabocas, apenas teníamos mitad de la información.

— "¿Nuevo aquí? ¿Sabes a donde ir?"
— "Algo", le respondo. "Si quieres podemos ir a la montaña, hay una buena vista"
— "Hm, como que conoces este sitio"

Asenté mintiendo. Obviamente era la primera vez, pero yo solamente quería tomar control de la situación. Mientras caminábamos, solamente tenia el deseo de sacarle la verga y chupársela en venganza por haberme provocado minutos atrás en la peña de la playa.

Entre palabras, de saludos y de tratar de conocernos, logramos llegar al sendero donde empieza a subir hacia Benidorm y con el mismo morbo de los mirones de la playa, nos besamos como si no existiera nada más que hacer. Las manos de ambos, a ese punto, estaban ocupadas en sacarnos la verga en ese instante.

— "Mierda, viene alguien", le dije. Las voces de algún grupo se acercaban, pero como es un valle, el eco no nos decía de donde. Fue entonces que le propuse subir un poco más en el sendero, además, con una promesa: "te voy a sacar la leche mientras ves el atardecer, así que no creas que soy romántico". Se rió.

Y es que, ahí, unos metros más arriba, todo fue una adivinanza de códigos. Lo irreal es que de desnudó todo. Uno pensaría que tener algo de ropa sería de ayuda cuando bajara, no se, la familia que estaba caminando en alguna parte, pero entendí que el estar completamente desnudo hacía que ese pedazo fuera simplemente nuestro, así que yo hice exactamente lo mismo. De rodillas, yo solamente tenía un propósito y era tragarme hasta la última gota de él. y él, como pude sentir en esos minutos, tenía el propósito de forzarme a hacerlo.

Cosa que no veo problema.

No vi problema cuando me agarró del pelo a forzarme hasta la garganta. Menos él lo vio, cuando me la saqué y la escupí entera, para lubricarla y seguirlo ordeñando: es más, entendió que es lo que me gusta y no perdió el tiempo en sujetarme de la boca y escupirme en la cara para volver al ruedo, mientras las piedras del sendero estaban encharcadas entre saliva y precum. En ese punto, cuando solamente podía verlo a los ojos mientras mi cara estaba apenas estallada y yo, masturbándome a punto de reventar, sentí como chorro tras chorro me caía en la boca, barba y el pecho. Pero no solo los de él, los míos también, mezclados con toda la saliva de ambos que mi cuerpo apenas podía sostener.

— "Que lindo atardecer, ¿no?"
— "Sí", le respondí. "Te dije que verías un lindo paisaje mientras te deslechaba".

Se volvió a reír.
Me invitó a su carro, y después de una gran conversación, volvimos a casa.

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